©/2 Raúl Travé Molero (nuevatribuna.es, 23 de febrero de 2018)
El turismo lleva años, tal vez desde que se convirtió en la niña mimada del Franquismo, en la vanguardia económica de nuestro país. No sólo en lo que a cifras de resultados se refiere, sino también en cuanto a la aplicación de políticas de gestión que luego han sido imitadas por otros sectores. Esto, lamento decirlo, no es precisamente una buena noticia para los trabajadores y trabajadoras.
Hace apenas una semana, el sindicato Comisiones Obreras (CCOO) publicaba un informe sobre la actividad turística y el empleo. El subtítulo era una apuesta por el empleo decente y el turismo socialmente responsable. Ahora bien, cuando las reivindicaciones sindicales acaban limitándose al mantenimiento de la decencia del empleo, puede ser que partamos de una situación con poco margen… para empeorar.
Como en el resto de la economía española, parece que las cifras macro van por un lado y las condiciones de vida de la mayoría por otro. Unos hacen las cifras mientras otros las sufren, podríamos imaginar.
Por un lado, vemos que el PIB turístico ha crecido un 4,4% durante el último año, llegando a los 134 mil millones de euros tras un crecimiento del 3,66% en el número de viajeros y un 2,68% en las pernoctaciones. El sector ya representa un 11,5% del PIB total. Con estas cifras no es de extrañar que los ingresos por turistas extranjeros hayan sumado alrededor de 87.000 millones de euros en 2017, un 12,9% más que en 2016.
A nivel empresarial, la Tarifa Media Diaria (ADR) del sector hotelero ha crecido un 6,4% durante el último año, mientras que el indicador de rentabilidad RevPar (el ingreso por habitación disponible) se ha disparado un 9,41%.
Si ampliamos el foco, desde 2008 el número de visitantes ha crecido un 24,7%, las pernoctaciones un 26,62%, el número de plazas hoteleras un 9,86% y el RevPar un 36,83% de media.
Por otro lado, sin embargo, el empleo sólo ha crecido un 5,61% en la última década. Esta cifra nos obliga a poner dos cuestiones -por todos sabidas pero que intentan disimularse- sobre la mesa: que el sector turístico español basa su rentabilidad en la explotación intensiva de la mano de obra, y que esta explotación cobra forma también en el ámbito de la economía sumergida.
La precariedad, la temporalidad, la falta de derechos o la imposibilidad real de reclamarlos se han convertido en lo normal, como lo ilustra el hecho de que el 97% de los contratos firmados en el sector turístico durante 2017 hayan sido de carácter temporal -casi la mitad de los mismos llegaron al extremo de ser de menos de dos semanas-. Las reformas laborales de 2010 y 2012 han permitido destruir empleo estable y sustituirlo por trabajadores temporales, a tiempo parcial y con salarios más bajos. El reino de la precariedad tiene uno de sus hitos en unas prácticas laborales fraudulentas –ocupando puestos estructurales, sin tutorización y en muchos casos no remuneradas– que juegan con las esperanzas y la necesidad de los más jóvenes.
El informe de CCOO señala, con mucho acierto, que no hay turismo sostenible si no es un turismo de calidad en todos sus ámbitos, y el trabajo decente es su pieza central. Podríamos añadir que, sin un reparto equilibrado de los beneficios y los perjuicios, toda industria adquiere tintes extractivistas y neocoloniales que inevitablemente acarrean una percepción social negativa. En el caso del turismo, si no se toman medidas que corrijan esta tendencia –no sólo en el plano laboral, aunque este sea el más urgente– no podremos extrañarnos de la aparición de fenómenos de contestación social.
Quizá, siendo optimistas, la imitación en este caso podría ser positiva y ayudar a atajar la precarización de todos los sectores productivos de nuestra economía.
*Publicado originalmente en www.nuevatribuna.es